jueves, diciembre 18, 2008

Puta a las 4

Y así sucedió que mientras escuchaba ruidos nocturnos al rededor de las 4:00 am con los ojos cerrados engañándome a mí mismo creyéndome dormir algún sueño, tenía toda mi atención audible puesta en la camioneta que sonaba a como si viniera un niño de 6 años manejando en ella arrancando de algún monstruo gigante absurdo e invisible que suele aparecerse o cuando tenemos fiebre o en un muy mal viaje o cuando nos da por leernos Lovecraft, me dije: ‘Esa camioneta la próxima vez que acelere o le explota el motor por acelerar tan weonamente fuerte o sale hecha una goma como a 100 km/h en primera matando y destruyendo desenfrenadamente cualquier tipo vida que a esta hora pudiera pasarle por adelante en este pequeño y aburrido condominio’.

Casi salto de alegría al pensar que tan magnífico acontecimiento podría estar a punto de suceder ¡ahí mismo afuera de mi ventana y yo sería testigo de todo! De no ser porque me dije: ‘Esas cosas no podrían ocurrirme a mí, al menos no de esa forma ni menos, claro, en ese orden’. Así que me acurruqué en la cama un poco más (ya mi engaño era perfecto porque con esto incluía a esos movimientos nocturnos, un tanto involuntarios y azarosos, de manera natural) y me dispuse a escuchar lo que sería una vuelta de todo lo que sonaba ahí afuera, tan caótico único y hermosamente irrepetible, a una normalidad anónima inmutable y horriblemente frecuente de lo que son las noches comunes y corrientes en este pedacito del mundo en que es imposible que ocurra nada.

Pero cuando escucho que la camioneta en vez de detenerse, o por lo menos moverse civilizadamente, acelera a todo lo que da el motor quemando gaucho de neumáticos traseros en frenética huída, lo que me parecieron cientos de segundos antes de estrellarse con algún objeto duro grande e inmóvil, por el estruendoso y seco sonido que provenía del impacto, abro completamente los ojos y salto de mi cama a la ventana eufórico de alegría riendo a más no poder y decidido a tartamudear un: No!!. Hasta verlo todo con mis benditos ojos y llevar a la realidad la epifanía que se proyectaba en mi cine mental.

La camioneta había embestido brutalmente a un árbol montándolo obscenamente como un animal salvaje en celo, todo ahí él posando irónicamente riéndose de todo lo que tiene por nombre normal y tranquilo. Era increíble. No sé que me daba más risa, si la foto misma de la camioneta con humo saliéndole del motor o el imaginarme del tipo que fuera su dueño, un rato después, mirando su camioneta y pensando: ‘Ahora cómo chucha la bajo‘.

Cuando ya me disponía a aplaudir, y a regocijarme de por lo menos dos horas de esa risa abdominal tan placentera y dolorosa, veo que sale de lo que quedaba de vehículo una mina con cartera dándose tumbos. Noto que no le había pasado nada, y que pareciera estar buscando o sacando algo de su cartera. Extrae algo muy pequeño que no alcanzo a distingir, y desde un par de metros apunta con su mano derecha al vehículo y ¡activa la alarma de la camioneta!. Entonces aplaudo.

Pasadas las horas, pero no mi dolor abdominal, supe que la mina que conducía la camioneta era una prostituta borracha que trataba de robarse la camioneta de un cliente del condominio al que habría administrado algún somnífero, al menos eso fue lo mejor que pudo inventarle a la que sería su futura ex señora el dueño de la camioneta cuando ella llegó de unas vacaciones post-fin-terapia-de-parejas-de-casi-dos-años a su casa.

miércoles, noviembre 26, 2008

Curiosidad




Que sutil es el llamado de la curiosidad. Porque al fin al cabo, la curiosidad, como tal, sólo es la última pieza del rompecabezas de un gran cuadro con un gran signo de interrogación dibujado. O como la razón que se basta como suficiente para perseguir el significado de las cosas, la que nos arrastra a mirar tras la puerta, a ver respuestas de las que sólo descubrimos una; sólo aquella que la curiosidad hizo preguntarnos en un principio. Del resto, sólo cuando, por azar o fortuna, nos toque preguntarnos por ellas. Que llamativo es una puerta entreabierta, que irradia su luz hacia dentro de nuestra propia oscuridad. A veces no podemos más que ir abrirla y mirar dentro, tan sólo un segundo que sea, y descubrir, que otros secretos se ocultan tras las verdades.

miércoles, noviembre 12, 2008

Despertares

Y entonces, me miraba la cara en un amplio espejo de un baño que no era el mío. Vi que mi cara era diferente. Ese igual de ahí enfrente no se sentía (aquí, en este pequeño sector tibio que habla) al que permanecía de este lado y que forma la forma pensable con la cual te explicas el porqué estas aquí y no allá (para resumir el entuerto). Vi que la imagen de ahí enfrente, no era como creí que se vería, una vez que me mirase en el espejo, pero el peso real que me producía esa imagen, me decía, no puede ser otra cosa que mi yo mismo en realidad. Y quise parecérmele.
Al mismo tiempo que veía esto, noté que de pronto, el baño que ahora me rodeaba, también comenzaba a verse igual de artificial. Llegué a una conclusión inmediata; habiendo considerando el estado de enajenación de mi mismo en el que me encontraba, (en que no sabía si el que estaba desvirtuado era mi yo o el yo que se refleja en el espejo), esa imagen de ahí enfrente que veía y que el baño que me rodeaba eran sólo cosas a las que le rebota la luz por un momento y se tornan visibles, y que su yo debiera de estar por ahí en algún lado como el mío debía estarlo entre mi imagen y yo. Sentí un momento lástima, no por los ciegos, sino por las personas que dicen no ver de noche. Pensé: debo salir de aquí inmediatamente antes que me quede dando infinitas vueltas pensando en estupideces hasta freírme el cerebro, todo por aceptar una estúpida apuesta sobre quien duraba más tiempo pensando estupideces sin freírse el cerebro…, rayos! Ahí voy de nuevo.
Primero, salgo por la única puerta que me saca del baño, hacia lo que se suponía habría de ser un dormitorio (aunque no sé porqué dudé de esto), y después abro la puerta. Luego, me veo entrando a un dormitorio entre miles y miles de plumas cayendo, en cámara lenta, desde al aire al piso, producto de cojinazos que se pegaran unos cuerpos contra otros. Y aunque alcanzo a percibir cuerpos con poca ropa, no sé si pijamas, ropa interior, o lo que sea que usaban, no veo quiénes son. De hecho eran cuerpos sin rostros. Aunque me inclinaría a creer que eran veiteañeras que saltaban en las camas y se pegaban unas con otras, varias de ellas. Y mientras saltaban de cama en cama, una se caía, otra le pegaba en la cara con la almohada que la que caía le había lanzado antes de caer. Extrañamente, sospecho, no hacían ruido, más bien creo que yo no era capaz de escuchar nada más que el sonido de las plumas cayendo y chocando y cayendo y cayendo. Me avergüenzo un poco al pensar que esto pueda resultar ser una de mis fantasías, así que paso rápidamente entre ellas sin prestarles ninguna atención a esos cuerpos tan..., solo escuchando el sonido de las plumas cayendo, y camino hacia la noche exterior.
Una vez afuera, puedo escuchar al viento en mi cara, y el aire es fresco y azulino, pienso que falta caleta para llegar a casa. La noche es la misma de siempre; callada, quieta, repetida. Y de tantas veces de verla siento que hasta la palabra noche me gusta, me gusta el cómo va guardando tan graciosamente a otras palabras; luz, temperatura, callejones, putas, flaites, estrellas, taxis, silencio, 2:00 am, 140 km/h, luna, sombras, gritos, gatos y sueños, solo por nombrar algunas.
Luego, después de un largo rato que sucede de un segundo a otro, llego a casa. Entro, y paso inmediatamente al baño, porque sí. Después voy al fondo de la casa pero que es la misma wea que adelante, y bien podría ser un patio. Llego afuera, me siento, saco un cigarro, lo prendo, y recién me llega la sensación liviana y placentera que a veces llamamos descanso.
Me termino el cigarro y tiro la colilla hacia la casa de al lado, aunque claro, no con la intención de que le llegara a la casa ni de ensuciar la propiedad vecina (...), y tengo esta extraña sensación de lanzar varias veces la misma colilla en el mismo instante en que lo hago, como si la acción se multiplicara y dividiera hacia el mismo resultado en un mismo momento. Me voy a acostar, con la minúscula sensación que algunos católicos llaman de placer y culpa.
Cuando despierto al otro día, sólo un segundo después, aún con el sabor de la nicotina en mi boca, y estoy apunto de irme a la U, salgo de nuevo al patio, miro hacia al lado y veo que en lugar de la casa vecina hay una montaña de colillas de cigarros, ¡la casa estaba toda cubierta por los cigarros que habría tirando en la noche!. Casi me vuelvo loco si no es porque casi me río.
El impacto que me produjo me perturbó tanto que no sé cómo no me desmayé, pero al mismo tiempo sirvió para darme cuenta, tranquilamente mientras miraba a mi alrededor, que todo volvía a tener un tono artificial, un qué de simularo, y que nunca más despertaría de este sueño. Encerrado por siempre en fantasías voluntarias sin intención. Solo conmigo y plagado de las imágenes de espejo de los otros, en esta tierra extensa e infinita con la que sueño despierto todos los días.

domingo, agosto 10, 2008

Caramel Macchiato (parte I)



Un día, fuera de los lindes del Planeta Cielo, el universo parecía normal, como si todo siguiera igual, sin poder entenderse; los planetas giraban como se supone que deben ir haciéndolo, las galaxias también, el abismo etc... la Tierra por ejemplo, se transponía tranquilamente sobre su eje con movimiento tal, que daba la impresión de como si se llevara frazadas invisibles a un inmaterial cuello y se girara para disponerse a dormir de lado, llevándo la noche a algunos lugares y el día a otros. Sólo en un pequeño lugar de la Tierra... llovía. Era un día martes, sin hora ni fecha específica.

Estamos en un starbuck. Tiene dos pisos; arriba hay algunos sillones y un par de sofás; unas cuantas mesas y sus sillas. En una de ellas están sentados Alexandra y Sergio -novios- cerca de la Sra. Delaila -viuda-, sentada incómodamente; de piernas cruzadas, cargando una nalga sobre la otra, codo sobre un muslo, café en mano, en estos sillones modernos, como ella misma entonaba despectivamente para sus adentros, mientras encendía el que sería su último cigarro. 
Abajo; está la caja, el mostrador, y claro, la vitrina exhibiendo muffins, tartas y un queque de arándano con pintitas que parecen moho como si se viniera pudriendo desde hace días. En la caja está Jenifer comiendose las uñas en su tercera semana de embarazo psicológico. En el mostrador vemos a José, cargando un shot de caramelo a un latte, en el que será su último día de trabajo. Vemos también, barriendo para variar, al siempre diligente, servicial y ya por tercer mes consecutivo empleado del mes, Tomás. Enfrente hay una mesita con varios frascos con polvos de diferentes colores....
En una de las mesas que están afuera hay un tipo sentado, completamente arrebatado del mundo por un libro que le prestaron hace algún tiempo -más del que su dueño solía tolerar, otra vez-, y del que sólo después de llegar a algún punto muerto entre puntos y comas, tomar un profundo respiro y cerrar lo ojos por unos segundos, lograba apenas desprenderse del libro. Era como si despertara con caña; cagao de sed, mareado, presión baja y la cabeza a punto de explotar. Miró a su alrededor y el mundo poco a poco tomaba nitidez a medida que sus sentidos, algo aturdidos, volvían hacia el exterior. Vio siluetas de personas que conversaban, reían, compraban café, aseaban, caminaban, esperaban... todas sombras ululantes. Se vio a sí mismo en el café y le dieron unas ganas increibles de tomar uno para componer su caña, se dijo: "Que suerte estar justo ahora en un café". Fue e hizo la fila. Aunque poco sabía él que lo que llamaba suerte luego transmutaría en maldición y en la razón de posteriores noches de insomnio.

En la fila, hay una pareja de ancianos a quienes nadie hecha de menos -nadie excepto su nieta...- que vienen llegando de unas vacaciones en el extranjero, riendo a carjadas porque acaban de intuir que la más pequeña de sus hijas, Ariel, estaba por fin embarazada -...Rocío, de tres meses en el vientre de su hija-. Tomás, el empleado del mes, repartía cafés para luego ponerse a trapear el suelo como siempre hiciera, solo que hoy aquella mecánica tarea lo llevaría a sufrir un accidente hacia el final de esta historia; y, aunque nada grave -sólo una esquince-, producto del mal cuidado de la lesión en su tobillo, más el hábito durante años de ir ejerciendo peso sobre el tobillo afectado, quedará cojo de una pierna, razón que le impidiera presionar fuertemente el freno de su automóvil -muchos años después del final de esta historia-, y evitar el trágico accidente que costara la vida a David -que también hoy se econtrara en el mismo café, quien, con 12 años salió por primera vez a caminar solo sin avisar ni pedir permiso a nadie, y quien, con el tiempo, se dedicaría a salir a caminar para encontrar lugares especiales y llamarlos raros. Una vez por ejemplo, mientras caminaba, con 25 años, descubrió el lugar exacto donde moriría. Exaltado y sin saber que hacer miró la hora (2:00 am), gesto que desvió su atención haciéndole olvidar que estaba en medio de una calle, oscura, húmeda y resbalosa, donde no pudo ver el vehículo que venía por su izquierda ni tampoco notar que en él conducía Tomás, que como sabemos, quedó con un defecto en su pié (defecto, del que incluso David hiciera un comentario un día martes en que llueve después, de haberse comprado un chocolate caliente), muriendo exactamente a las 2:01 am-.

viernes, mayo 23, 2008

Solo


Hey!, Hay alguién ahí?!.
Cuál era la micro que tenía que tomar... emm (¿a dónde es que iba?, o, ¿de dónde venía?, ¿venía de algún lado?, ¿cómo llegué aquí?
Recuerdo que alguna vez le decía a Gus mientras volábamos desde la ventana del segundo piso de la casa; la misma ventana que en la madrugada de una noche de invierno (a eso de las 2:00 am), con mis primos corrimos las cortinas y vimos una tormenta eléctrica; era como verle venas al cielo, un cielo enfurecido, ajeno, antiguo y terrible.
En el Planeta Cielo, sólo nosotros estamos, sólo nosotros vivimos ahí. Sólo solo.
Bueno, a veces, hay más personas, pero a lo más serían unas veinte o treinta dándo vueltas por todo el planeta, una de ellas es una hermosísima cantante con laque a veces me encuentro y disfruto de su voz, por lo general la encuentro entre tejados y edificios.
Para visualizar la sensación, no consideremos, en este ejemplo, algunas cosas como los servicios básicos: luz , agua, etc. imaginándo que de pronto quedaramos solos en algún planeta así...
Me subiría a autos y los estrellaría unos con otros, caminaría por la líena del metro o la de los trenes desafiando ahora la máquina con el recuerdo, andaría en bicicleta por todos lados y podría quedarme en cualquier lugar sin el temor de que humano alguno me hiciera algo, dormiría en los cines mientras dejo pasar el rotativo de alguna película, de todas las películas (mmm, me pregunto, si me alcanzarán para ver una todas las noches de mi vida), todos los días entraría a alguna casa y la registraría par adivinar quienes allí vivían, fumaría donde no se debe, vería atardeceres desde los edificios más altos, baste decir por ejemplo que, todos los perros abandonados... bueno, simplemente no lo serían.
Haría varias cosas, pero creo que estaría siempre en movimiento. Creo que par no volverme loco.
(Creo q el mundo sería un mejor lugar si hubiáramos en él muchos de nosotros).
Así que, ahora… ¿dónde iba?.

miércoles, febrero 06, 2008

22 / 01 / 2003 Una historia sobre el sol

Este es una historia que encontré por ahí en uno de mis cuadernos y que hoy sentí repetirse.

Hoy, en el Planeta Cielo llueve. Como ayer y como quizás lo haga mañana (nada raro, pienso). Pero es pleno verano aún y se ven correr despavoridos los trajes de baño.
Creo que hacía tanta calor que el sol decidió también darse un chapuzón, salpicando al mundo de gotas y oscureciendo al cielo más temprano para salir a disfrutar de la noche, mientras la luna baila con las nubes mostrando a ratos su pálido vestido.
Hoy el sol disfruta de la lluvia en verano. Nos bebemos un vodka naranja; yo pensando, él de incógnito, sentados disfrutamos de un jazz que se confunde sutilmente con el viento fresco que nos llega del Este. Él ríe con una cálida sonrisa adornada de brillantes dientes. Lentes de sol y polera amarilla, cualquiera lo confundiría con una persona normal, y mejor aún, con nadie en particular,porque además ya casi nadie se acuerda de su cara porque ya nadie lo mira directamente. Me dice que, a la mitad de su vida, lo ha pasado bastante bien, pero que hace rato que necesitaba un refrigerio, y que a veces le cansa mucho el trabajar siempre de sol a sol. Me dice que, pocas veces a estado con alguien que lo mire directamente a los ojos y que hoy está conmigo porque me considera su amigo, ya que cada vez que puedo me despido de él desde algún bello atardecer.
"¡Repitámoslo otra vez!", me dice y ríe, "tenemos todo un día para hacer lo que queramos, aunque no sé si tu vida dure tanto", agrega mientras brindamos (ahora yo con un wiskey y hielos y él con un tequila sunrise), yo inclino mi cabeza en señal de respeto ante alcurnia criatura longeva.
Que corta es la noche, ¡cómo se disfruta!, una compañía como pocas o ninguna.
Me da las gracias por la velada, por la comida (aunque la prefiere poco más caliente), por los tragos y especialmente por la amena conversación. Me explica que mañana tiene que madrugar, que tiene que trabajar, y se empieza a alejar dejando una hermosa alfombra de colores rojos, naranjos, violetas y otros más, una bufanda de nubes adorna su corona y la calidéz poco a poco empieza a desaparecer, y él también.

Hoy llueve como ayer y quizás como lo hará también mañana, me pregunto si esta noche también vendrá a visitarme el sol.

jueves, enero 24, 2008

Razón, memoria y olvidos


Cita textual del segundo volumen de "En busca del tiempo perdido", A la sombra de las muchachas en flor, de Marcel Proust. 

"
En París, un día que me encontraba yo muy mal, Swann me había dicho: "Debiera usted marcharse a esas maravillosas islas de Oceanía, vería usted cómo no volvía"; a mi me dieron ganas de contestarle: "¡Pero entonces ya no veré a su hija y viviré rodeado de cosas y gentes que ella nunca ha visto!". Y, sin embargo, la razón me decía: "¿Y qué más te da, si no por eso vas a estar apenado?. Cuando Swann te dice que no volverás quiere decir que no querrás volver, y si no quieres volver es por allí te sientes feliz". Porque mi razón sabía que la costumbre -esa costumbre que ahora iba a ponerse a la empresa de inspirarme cariño a esta morada desconocida, de cambiar de sitio el espejo, de mudar el colorido de los cortinones y de parar el reloj- se encarga igualmente de hacernos amables los compañeros que al principio nos desagradaban, de dar otra forma a los rostros, de que nos sea simpático un metal de voz, de modificar las inclinaciones del corazón. Claro que la trama de estas nuevas amistades con lugares y personas distintos consiste en el olvido de otros sitios y gentes; pero precisamente me decía mi raciocinio que podía considerar sin terror la perspectiva de una vida donde no existiesen unos seres de los que ya no me acordaría; y esa promesa de olvido que ofrecía a mi corazón de modo de consuelo servía, por el contrario, para desesperarme locamente. Y no es que nuestro corazón caiga él también, una vez que la separación se ha consumado, bajo los analgésicos efectos del hábito; pero hasta que así ocurra seguirá sufriendo. Y ese miedo a un porvenir en que ya no nos sea dado ver y hablar a los seres queridos, cuyo trato constituye hoy nuestra más íntima alegría, aún se aumenta, en vez de disiparse, cuando pensamos que al dolor de tal privación vendrá a añadirse otra cosa que actualmente nos parece más terrible todavía: y es que no la sentiremos como tal dolor, que nos dejará indiferentes; porque entonces nuestro yo habrá cambiado y echaremos de menos en nuestro contorno no sólo el encanto de nuestros padres, de nuestra amada, de nuestros amigos, sino también el afecto que les teníamos; y ese afecto, que hoy en día constituye parte importantísima de nuestro corazón, se desarraigará tan perfectamente que podremos recrearnos con una vida que ahora sólo al imaginarla nos horroriza; será, pues, una verdadera muerte de nosotros mismos, muerte tras la que vendrá una resurección, pero ya de un ser diferente y que no puede inspirar cariño a esas partes de mi antiguo yo condenadas a muerte. Y ellas -hasta las más ruines, como nuestro apego a las dimensiones y a la atmósfera de una habitación- son las que se asustan y respingan, con rebeldía que debe interpretarse como un modo secreto, parcial, tanguible y seguro de la resistencia a la muerte, de la larga resistencia desesperada y cotidiana a la muerte fragmentaria y sucesiva, tal como se insinúa en todos los momentos de nuestra vida, arrancándonos jirones de nosotros mismos y haciendo que en la muerta carne se multipliquen las células nuevas. Y en este caso de un temperamento nervioso como el mío, es decir, de una naturaleza donde los nervios, o sea los intermediarios, no cumplen bien sus funciones -no cortan el paso de su camino hacia la conciencia a las quejas de los más humildes elementos del yo que va a desaparecer, sino que las dejan llegar, claras, agotdoras, innumerables y dolorosas-, la ansiosa alarma que me sobrecogia al verme bajo aquel techo tan alto y desconocido no era otra cosa sino la protesta de un cariño que en mí perduraba hacia un techo bajo y familiar. Indudablemente, ese cariño desaparecería, en su lugar se colocaría otro (y la muerte, y tras él una nueva vida que se llamaba Costumbre, cumplirían su dúplice obra); pero hasta que aquél cariño llegara al aniquilamiento no pasaría noche sin padecer; y sobre todo, aquella primera noche, cuando se vió en presencia de un porvenir donde ya no se le reservaba sitio, se rebeló, me torturó con sus gritos de lamentación cada vez que mis miradas, sin poder apartarse de lo que les causaba pena, intentaban posarse en el inaccesible techo. "

Heath Ledger


Muere el actor Heat Ledger. Con 28 años el loko que hizo el secreto en la montaña, cuatro plumas, el patriota, corazón de caballero y apareció también en Ned Kelly.

Ahora él me cae mucho mejor.

Se dice que tomó unas pastillas, y por mucho que podamos especular de qué significa o se entiende por “pastillas” el hecho es que se mató; si el loko se mata por accidente o no acá da lo mismo porque fue él quien se produjo la muerte, accidental o voluntaria, no fue ninguna fuerza extraña que conjugara al azar o el destino que pudiese mover o dirigir sus actos, dios incluso.

Nunca me llamaron mucho la atención sus películas, como que incluso no me caía muy bien, pero estaba lejos de caerme mal. Se percibía que igual al loko si le iba bien en la industria, uno podía entender fácilmente el porqué. Podemos por ejemplo evocar momentos de un profundo compromiso a sus personajes; cómo se ríe después de escapar de la cárcel en pleno desierto con su compañero Abou Fatma, o la sed de venganza por el villano Col. William Tavington (villano increible, pudiendo observar una gran actuación, el sentir sus ataques de repudio y desprecio).

Pero lo que más me sorprende, y que merece mi respeto y admiración, es que muere justo después de interpretar su último personaje, The Joker en The Dark Knight -que aún no se estrena.

Papel que Jack Nicholson registró como a uno de los mejores villanos del cine y que él mismo habría mostrado cierto enfado al no haberle concedido la oportunidad de repetirse el plato, eso lo sabían los weones que hicieron el casting, nosotros lo sabíamos, el maldito de Heat Ledger lo sabía.

Pensaba que Heat sería uno de esos actores que pasan sin mucho que recordar por el cine, un tipo sencillo sin glorias que honrar ni derrotas que lamentar. Y que le dieran el papel de The Joker me coloca en un estado de sorpresa y duda (más duda que sorpresa), por lo que significa actuar la locura, el desenfreno, la pura maldad, y la burla extrema de la existencia misma, tarea que a veces requiere necesariamente de un conocimiento y examen en los terrenos de la oscuridad más profunda de nosotros mismos, y en consecuencia el ser dignos de hospedarse en el insano Arkham Asylum, lugar que incluso el mismo Joker se refiere como su segundo hogar del que puede entrar y salir cuando quiera. Heat tiena la tarea de huir de lo simple que han sido sus actuaciones, cuta màxima expresión se puede encontrar en la típica escena donde con una mirada decisiva apunta de frente a la cámara detrás de alguna pistola antigua, ahora debe hacer algo extraordiario; mirar a través del cuerpo de un ser poseído por todas las emociones simultáneamente. Pero el hecho es que cuando vea esa película dedicaré gratos momentos de observación en el trabajo físico que debió hacer para compenetrarse en el personaje, como una extensión de su alma, que la locura llevó, al máximo estilo y el genio criminal, por tierras oscuras como donde cayó Bruce Wayne y que el trauma convirtió en Batman. Un villano que puede ver a través de la sombra del murciélago, ver a través del halo en la habitación de la razón hacia la amplitud infinita de lo abstracto, en que a diferencia del murciélago, no habita ninguna norma ni ley ni culpa, de quien se burla apodándolo de diferentes maneras (han notado como entrecierra los ojos Batman cada vez que le lanza un chiste, como si le doliera más de lo que quisiera).

Pocas veces ocurre algo así, que aunque una lamentable pérdida de lo que hubiera sido Heat Ledger después su actuación como The Joker, tenemos la oportunidad de ver lo que puede ser una autopsia psicológica encarnada en una mente criminal.

Me pregunto si mientras moría se acordó de nuestro bien querido Guasón, al menos cuando le veo me acordaré de él con una amplia sonrisa, una muy amplia y burlesca sonrisa.

miércoles, enero 16, 2008

Una sensación


Se acomoda en su sillón. Las ideas le nacen en las cavidades del oído, ideas que parecieran resonar profundo y confusamente en el caracol como el eco de desconocidos cantos viajando por toda la acústica de alguna catedral gótica. Cruza las piernas por sobre sus rodillas y se mete una mano en el entrepierna y la otra tomando con los dedos la boca; todo muy serio.

Así, y con un estado mental de profunda nada, cree percibir un aroma traído por una corriente que escapó del viento y se mezcla con las voces en eco. El aroma, imposible de describir más que como una sensación de llamado... pero perdidas, como las que se le pierden en las calles que no se eligen para caminar, pero se sueña en ellas.

Cierra los ojos, deriva en la corriente fresca que se escapó.
Una vez se vió de noche caminando por el Planeta Cielo; entre
casas, entre calles vacías. Algo ocurre, pero se ve pensando sobre el aroma. Ambas, simultàneamente, es la sensación que tiene.

Se fijó en una casa que mantenía una ventana abierta en un segundo piso. Ve luz algo amarilla que contrasta con la noche, y un techo de madera. Luz que no alcanza a ser color, color que ya no es luz. Invisible.

Podía ver la presencia que ahí habitaba, una prescencia imposible, real, desconocida.

Trató de mirar alrededor. De identificar algo, saber dónde estaba, sólo veía Fondo de la imagen que era la propia ventana -que de un segundo piso le sale la presencia que lo llama-. El Fondo, él lo sabe, no se impregnaba nunca en su memoria. Despierto, sólo recuerda la ventana. Como cortada y suspendida en espacio inmaterial, un marco vacío pero sustancial. Una foto, o algo peor. El recuerdo de que recordar es imposible. Y la sensación de saber que se está mirando algo que al mismo tiempo no puede reconocerse.

Ahí despertaba. La corriente se disipaba. Abría los ojos, agradecido, esperando que a su retorno quisiera mostrarle más.

domingo, enero 13, 2008

La Plaza (dos)


¿Porqué en las plazas nos da por sociabilizar?, entendiendo por esto último a todo tipo de conducta dirigida con cierto propósito de acercarse a un otro que se encuentra en la misma plaza. ¿Será por los árboles, el pasto, lo verde, la tierra, el llano, los insectos, esa especie de micro ambiente que a veces es homologable a un oasis en pleno desierto?, o quizás, por un gen mnémico, la mezcla de estos elementos nos recuerda a la selva cuando estábamos rodeados por nosotros mismos, con más pelos que ideas, y con la sensación de que si nos alejamos de los demás pudiera ser peligroso. ¿Podemos recordar las cosas con este tipo de seudo-voluntad genética?, no creo, pero no es vano el ejercicio de preguntarlo.

Aunque no siempre nos da por sociabilizar, y sólo sentarnos en cualquier parte, solos o acompañados, a pensar o conversar, a mirar el pasto crecer, las hormigas caminar, el cielo ocurrir, la noche caer, las estrellas hablar, los perros postearse, los niños jugar, las minas admirar, el mundo sentir, tus hijos crecer -o, una de las cosas más hermosas- ver pasar, sentir transformar las nubes, movimiento similar con el que se modifica tu persona con el paso del tiempo y el viento. El punto es que, sea uno o lo otro que nos ocurra siempre nos va a pasar algo estando en la plaza.

A veces me pasa que no siento estar en un lugar desconocido, como si todas las plazas me fueran de algún modo conocidas aunque nunca haya estado en tal o cual, obviando el hecho de que todas sean, si no iguales, muy parecidas.