viernes, diciembre 19, 2014
miércoles, octubre 08, 2014
De la serie: Agua y Piedra
"No tienen, no, narices
los hijos caídos de Eva...
¡Ay, para el olor feliz del agua,
el recio olor de una piedra"
El canto de Quoodle, G.K. Chesterton.
Agua. Espejo transparente de piel invisible, ágil y sin memoria. Camina, corre, cae y se precipita con el rostro de las cosas sin su cuerpo, libre de voluntad, de coyuntura, de tendones. Música de coro espectral.
Piedra. Elemento base de construcción y sustento de nación básico. Criatura lenta. Dados que celebran el juego del creador. Esculturas de tiempo. Testimonio de mapas, memoria de lugar, almohadas de la historia.
Piedra y agua se encuentran en la alquimia de su erosión que viene a alterar el paisaje. Paisaje que es fondo y lienzo donde nuestra vida ocurre; donde emerge, brota, aparece, se plasma y se diluye, en trémulas resonancias reminiscentes al olvido.
"Y en esa verde punta
que está brotando en ti de no sé dónde
hay algo que en silencio me pregunta
o silenciosamente me responde"
miércoles, junio 18, 2014
La Casona
Camino por la ciudad, en extraña sensación de desasosiego. Extraña porque no la reconozco mía; algo que se me impone, como si actuara sobre mí, aunque no pueda reconocer lo de mí mientras camino con desasosiego. Cabizbajo. Profundamente melancólico, como pez muerto que danzara por aguas de otras vidas, de otros peces. Entre personas, por calles de cemento gris medio pálido, uniforme. La ciudad fluye a mí alrededor con adolescentes por doquier. Generaciones enteras sin padres vueltos a la calle. Desperdigados vástagos unidos por azar o fortuna. El resto de personas que follejan el fondo transitan fugadas de cualquier diferenciación, manchas acuareladas en movimiento de pieles y ropa.
Y camino. Circulo. Trato de perderme pero no puedo, no sé por qué. así que miro mis pasos. abajo. El mundo, con sus adolescentes y fantasmas es indiferente. Para cuando me doy cuenta, ya entré en una casona del centro. Colonial, con grandes patios interiores; salas con techos abiertos, parras por todas partes; un hermoso juego de luces y sombras por dentro de la casona. El uso de la casona está a medio camino entre restorán de comida típica y un museo vivo.
Entro por una puerta que siempre está abierta, por un pasillo oscuro de adobe, de frío exquisito, hacia la nave principal de la casa. Allí hay una señora que me saluda cordialmente, demasiado familiarmente, entro para pasearme por los pasillos de la casona; aquí es donde quería perderme, entre la parra, los pasillos largos, las salas amplias, la gente que almuerza... "mire esta foto", me dice la señora de la entrada, "este es mi padre, como le dije antes, aquí está cuando empezó a arreglar la casa". ¿Estuve antes aquí?, ¿hace cuánto tiempo?, ¿por qué me muestra sus fotos? tengo la vaga sensación de recuerdos inevocables. Como si estuviera apunto de ocurrir algo que sin pasarme es ya mi pasado. Tomo la foto y miro el rostro de un señor de bigote corto, peinado al limón, sonriente, a la entrada de esta casa antes que fuera casona. La ligereza de ropa y del ánimo en su prisa casual me da la sensación de un día domingo. ¿Quien sacó la foto?, pregunto. “No estoy segura, porque nosotros nunca hemos tenido cámaras. Mi papa guardó estas fotos, parecían importantes para él... (sigue hablando)” sí, claro, le respondo, mientras miro alrededor la maravilla de la casa, infinitamente grande en un espacio limitado sólo por la razón. se abre una mesa larga y comienzan a llegar los hermanos de la señora. "Este es el joven que hará las fotos", les dice a sus hermanos, quienes me saludan en orden, y que voy reconociendo por las fotos que vi siendo ellos unos niños, y que aún ahora se les podía distinguir por los rasgos únicos que resitiron el tiempo. Me saludan cordialmente. Por un momento soy consciente de la historia de la casa, escucho como se ha construido; el agua de la sequia, el barro mezclándose, el adobe, las tablas y sus clavos, la poda de las parras, los niños corriendo por los pasillos, escondiéndose en clóset y baúles, los ladrillos, los terremotos y las camas de colchón de pluma. Las mañanas de té y cedrón con pan amasado caliente y mantequilla. Las tardes largas, sentado afuera en alguna piedra esperando cualquier cosa. Las noches colmadas de estrellas. Y los hijos que crecen, que se despiden, que se van y que vuelven. La casa que se construye como un sueño, con el sueño del padre que hoy miro dormido. Y ahora recuerdo, ya estuve en esta casa. son todas las casas en las que he estado. Es mi memoria de ellas. Es el campo arquetípico de mis casas del campo. Columnas blancas y muros rojos. Vigas al aire de techos altos. El suelo traqueteante de piedras.
Camino por dentro, veo grandes comedores y comensales sentados por todas partes. Un restorán inmenso, en un jardín infinito. Algunos comen en grupo, otros beben café mientras leen el diario, otros discuten sobre las apuestas de la carrera del día. Veo personas de diferentes épocas conviviendo juntos. Se pasan servilletas, condimentos. Quienes atienden andan con pantalones y suspensores de cuero tomados con botones sobre camisas de lino. Campesinos. Parientes de parientes. Se pasean por el laberinto de mesas. Me siento a observar...
Al rato un joven me trae una bebida "cortesía de la casa", me dice y se va.
lunes, abril 07, 2014
Del adolecer
luchas del yo. Enjámbricas posibilidades, perpetuas bifurcaciones continuas . Aspectos de sí mismo en pugna por alguna consolidación; cualquiera que sea, todas, ninguna. Figuras, ecos, de un quién sin función.
miércoles, abril 02, 2014
Dios Mar
Estaba
hospedando en una casa con vista al mar. Creo que era en casa de familiares
míos, probablemente en casa de tía Michi. Sin embargo un ensamble; su casa
en Alto Hospicio no ve el mar, ésta sí, muy cerca de la costa.
Sus ventanas
permanecían abiertas y no tenían cortinas. De aquí hasta el mar habrían unos
diez o treinta metros. Le miraba. Nada me extrañaba de su apariencia…
relativamente familiar, continuamente dormido, horrendamente inquieto.
De pronto, el
mar pareció respirar, hincharse. Se llenaba de fuerza, ánimo,
individualidad. Su color tornaba azul claro a verde oscuro, denso.
Su volumen también crecía, pero sin entrar en tierra, sino como acumulándose
hacia arriba.
Al recogerse,
al cambiar de color, creí percibir maldad en la mar. Una especie de descontrol
salvaje de realidad. Pero una realidad de orden cíclico, natural. Suponíamos
que así debía de ser la mar. Ahora lo era.
Las olas se
empujaban unas con otras. Retumbaba el suelo. Crecían verdes y se vaciaban
revoltosas. Yo observaba por una ventana. Muy tarde para escapar, demasiado
hermoso para dejar de mirar. Una sombra fría oscureció la tierra de los pies.
Finalmente, y
como demostración de la furia del dios mar, éste se levantó arrogante,
recogiéndose a lo largo de toda la orilla en un muro sordo esmeralda de
silencio gigantesco, una grotesca montaña de destrucción caótica con voluntad
propia; hacia el cielo, como alcanzando las nubes.
El dios mar, se
puso de pie y observó la tierra.
Se podía ver la
transparencia de su fluir oceánico, pero la montaña se erguía inmóvil.
Expectante. Suspenso. Terrible.
martes, marzo 11, 2014
Sturm und Drang
"Cubre tu cielo, Zeus,
con un velo de nubes,
y juega, tal muchacho
que descabeza cardos,
con encinas y montañas;
pero mi tierra
deja en paz
y mi cabaña,
que tú no has hecho,
y mi hogar,
por cuyo fuego
me envidias."
"Prometeo". J.W. von Goethe
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