Pueden ustedes llamarme Ishmael. Aunque ese no es mi verdadero nombre. Don Demi me llama así, supongo que de cariño. Vivo en la calle Las estrellas #1711 desde que aprendí a andar en bicicleta. Con mis padres y mi hermana más chica que va al colegio. Dicen que tengo algo así como una enfermedad, un retraso, algo que no me hace saber muchas cosas….
Una vez soñé con un alfiler… todo era blanco… de pronto, su punta se percata de mi, se da vuelta a mirarme, su cabeza crece hasta cubrir todo el tiempo, no puedo aguantar eso y despierto. Supongo que mi cerebro se golpeó cuando iba de camino a mi cabeza. También me dicen que lo que me falta en cerebro lo tengo de corazón, y bueno… no sé porqué dirán eso. Dicen que soy especial, pero yo no encuentro nada de especial en mi vida. Mi cuerpo hace cosas que yo no controlo, es mi mente la que habla con él, me escucha: ¿cierto Ismael?..., pero no dice mucho. Don Demi dice que mi oído es el especial, que puedo escuchar cosas que no todos pueden. Don Demi es bacán, lo conozco desde que era chico, y desde toda mi vida él ha tenido el mismo trabajo, es librero. Tiene una librería en la calle San Diego, y desde hace como 4 años él es también mi jefe. Es el mejor trabajo que he tenido.
Su nombre de verdad es Dimitrie Bratianu. Para la mayoría de la gente es Don Demetrio, pero para los amigos es Demi, yo soy su amigo. Nació en Chile pero sus papás no. Cuando habla tiene una voz ronca y áspera. Fuma arto, tiene un gran bigote y le falta una mano. Habla dos idiomas, uno que no entiendo pero que cuando lo habla su voz cambia; es como si su sombra creciera, es profunda y mágica. Cuando insulta lo hace con este idioma extraño; de sonido aglutinante, como el del viento atravesando a los árboles, las vocales, algunas veces, se oscurecen oscuras y se demoran, como raíces de las plantas en la tierra, y otras veces, son claras y apuradas, como el viento inflando las nubes. Sólo sus amigos saben cuando insulta.
Todos los años para el día de su cumpleaños hace lo mismo. Se sienta en su sillón de cuero, en el que nadie puede sentarse, prende un cigarro, saca un pesado, grande y viejo libro de cuentos que esconde una botella de Licor verde con el dibujo de un hada; brinda por Dimitrie Bratianu, bebe un vaso y lee un cuento del gran libro. Yo lo he escuchado 3 veces: “Hump!", dijo la primera vez Don Demi mirándome con ojos negros, "siempre la primera vez se parte desde el principio”. Cerró el libro de cuentos, y me citó de memoria y con los ojos cerrados algo llamado Sermón Funerario. Cerré también los míos y escuché cómo mi cuerpo se convertía en una piedra que caía sin fin por un poso. Don Demi caía conmigo. La segunda vez, fue el primer cuento del libro, "Su majestad Miau". Escuché, mientras Don Demi se atusaba su gran bigote, el sonido de un arpa y me quedé dormido. Soñé: con un lobo que tenía miedo, y con un oso cobarde, con el rabo de un conejo; Don Demi era un zorro y yo no podía correr. Finalmente el sonido de una bofetada me despertó. La tercera vez, fue "La pequeña vejiga"; allí, la boca de Don Demi, tenía un sonido gigantesco, de ella salía fuego, casas, cerdos dispersos; temí escuchar el sonido de la palabra de lo todo. Menos mal que terminó antes que el final.
Yo no sé leer muy bien, no me gusta leer, me mareo porque las palabras se me dan vueltas. Don Demi me lee, en realidad lee para él yo escucho, siempre escucho.
Antes yo vivía en un cité, en la casa D, pero no podía salir a la calle. Mi mamá decía que me podía perder sin darme cuenta, como Alicia dice Don Demi: “Pero si no se hubiera perdido" dijo "su historia no le hubiera importado a nadie”. Un día, en el patio del cité, me quedé escuchando una gotera rota del cielo que venía cayendo por la canaleta de la casa J, a un cordel de ropa, a la muralla, a la puerta y a la letra B de Don Demi, dorada. Recuerdo que el sonido que hacía al caer y tocar el cemento de la entrada de la casa era como cuando un plato se cae y se rompe, pero aquí yo no tenía la culpa y podía escucharlo por todo el tiempo que quisiera, sin que nadie me retara; mi hermana no cree que los platos puedan romperse solos. La puerta se abrió, y fue la primera vez que vi a Don Demi. Me dijo: “¡Hazte a un lado chiquillo de mierda, y límpiate esa baba!”. Yo apunté con mi dedo al cielo. Él miro hacia arriba y la gota le cayó justo en la frente con un sonido interrumpido. Volvió a mirarme, me secó la baba y se fue sin decir nada. Le pregunté a mi papá si Don Demi era especial. Me dijo que sí. Pero con el tiempo me di cuenta de que no era como yo, él era triste y no le importaban mucho si el mundo se acababa, a mi sí.
Después de un tiempo nos cambiamos de casa, mi abuela murió y nos regaló su casa en Las estrellas donde aprendí a andar en bicicleta. Me gustan las estrellas fugaces y el campo. Una noche, estaba haciendo pichí en el campo, y miraba el cielo. Pasó una estrella fugaz que me iluminó como un rayo. Era súper grande, y fue la única estrella a la que le he escuchado un sonido. Todavía suena en mi cabeza; es como un chillido, como el que hace el sol cuando se oculta o al que hace la rata pequeña que vive debajo de mi cama. Supongo que esos son los gritos que hace una estrella cuando se cae del cielo.
Yo pienso, que en este mundo, todo lo que un hombre tiene es su trabajo. Al menos, es todo lo que yo tengo además de escuchar. Mi papá dice que escuchar no pone pan en la mesa, pero que escuchar es lo primero que un buen trabajador necesita saber. Escuchar a su jefe y hacer exactamente lo que el jefe pide. No importa el trabajo que sea, uno siempre necesita saber escuchar. He tenido varios trabajos y he escuchado a varios jefes, pero ninguno habla como Don Demi.
Todo empezó cuando cumplí 18 años, cuando me cantaban feliz cumpleaños para que las velas no se apagaran. Mi papá me sirvió una copa de un licor divertido que sonaba como cuando el mar se retira de la orilla. Me dijo: “Hijo mío, hoy te conviertes en todo un hombre, y como tal es tiempo de que busques un empleo”. Pero papá, yo no sé hacer nada. “No te preocupes hijo que yo te voy a enseñar todo lo que tienes que saber para tener un trabajo y ser un buen trabajador”. Esa noche escuché que mi mamá retaba a mi papá: “¡Pero cómo se te ocurre que va a trabajar?!" le dijo, "¡¿y si le pasa algo?!, ¡¿si tiene un accidente?!, ¿si lo maltratan o le hacen daño?... además, ¿en qué va a trabajar, dónde lo van aceptar?”. Supongo que no se puede ser especial y trabajar al mismo tiempo.
Mi papá ha trabajado toda su vida. Empezó trabajando en una tornería, fue minero, obrero, carpintero, albañil, zapatero y garzón. Ha sido subordinado y jefe, como dice Don Demi. Hoy es jefe de otras personas que hacen lo mismo que él, la diferencia está según dice: “En que yo hago menos pero gano más, porque ya he hecho mucho durante mucho tiempo, ya era tiempo de que este pequeño engranaje fuera una tuerca más grande en este gran reloj”.
Un día, mientras andaba en bicicleta, me caí porque el verde cambió muy rápido al rojo. Llamé a mi papá pero él estaba trabajando. Escuché golpes de fierro con fierro que venían del centro de la ciudad, y desde lejos vi que construían ciudad en un edificio. Pensé en mi papá, que seguramente estaba ahí trabajando agrandando a la fábrica de Santiago. Ahora, cada vez que camino por el centro de la fábrica, creo escuchar a mi papá trabajar; no puedo verlo, pero lo siento por debajo del suelo y en todos lados, lo escucho cuando la gente se mueve, también lo escucho cuando yo trabajo.
Lo primero que me enseñó fue que la plata se guarda y se junta para tener más. Un día salimos a caminar con mi papá y llegué a encontrarme $300 en monedas; la del hombre paloma, el perfil café semi cuadrado y de las por la razón o la fuerza tirados en la calle. Mi papá me dijo: “Hijo, uno nunca sabe lo que puede encontrar más adelante en el camino, pero por mientras uno siempre puede ahorrar para esperar algo mejor”. Supongo, que a veces, poquito es arto. Después, en la casa, sacó todo lo que teníamos en el frío y me dijo: “Mira, los verdes con los verdes, la comida con la comida, lo duro con lo duro, lo helado con lo helado y los huevos aparte, para cada uno una bolsa, ah! sí, toma, para que te limpies la baba”. Luego casi sin darme cuenta tenía mi primer uniforme. Usaba un gorro, me paraba detrás de la señora Marta que me pasaba las bolsas, repetía lo que me dijo mi papá, y me daban pocas monedas que juntaba con artas otras, de $10, $50 y $100 y cuando no me daban monedas me decían gracias. Al terminar el día, cuanto conté la plata dije: “Ismael hoy lograste no ser especial pero aún no te alcanza para ser una tuerca”. Así se repitieron muchos días sin ser ni especial ni tuerca, y fui juntando artas pocas monedas en un tarro Nido. Lo que más me gusta del tarro es la tapa que, cuando se cae al suelo, el sonido acuático que hace me da cosquillas.
Todos lo días me despertaba y desayunaba igual que mi papá. Mi mamá hacía sonar sus labios en mi cara y ponía mi colación en una lonchera. Acompañaba a mi papá al paradero; yo camino hasta la esquina, doy la vuelta y llego al supermercado. Saludo a Antonio, Felipe, Javiera, José, Carla, Patricio, Cristian, Andrés, Lucía, María, que hacen lo mismo que yo con las bolsas, y a Ishmael le digo: “Hola Ismael”. Y todos hacemos el mismo sonido; desordenado y plástico, rutinario y predecible. No como el sonido que hacen los tubos de aire que se llevan las cartas de las cajeras: sincronizados, limpios, caso imperceptibles; como felices. Quise seguirles el ritmo, pero era imposible, creo que mis manos eran muy gordas y pesadas, porque no cabían por el tubo y el aire no era capaz de levantarlas. Cuando llené mi tarro Nido con monedas me sorprendió descubrir que todas las cosas llenas suenan igual sin importar que haya dentro.
Algo tuvieron que haber dicho los tubos a mi jefe que le hicieron enojar conmigo, porque me dijo que ya no podía seguir trabajando ahí. Mi papá dijo que no importaba, que la experiencia era lo importante. Nunca más volví a hablarle a los tubos.
Esa noche tuve un sueño, en que el reloj de mi pieza sonaba al revés. Lo abrí, y en vez de tuercas tenía monedas.
Al otro día mi mamá me dijo: “Hijo, voy a enseñarte lo que mejor sé hacer; cantar y limpiar”. Echó artos líquidos de varios colores al suelo y se puso a cantar: “La la laaa, la lá”. Con un trapero los esparció por toda la casa para mostrarme lo que no hay que hacer. Me dijo: “Bueno, todos sabemos para qué sirve una escoba y una pala, pero cada líquido suena distinto en cada tipo de suelo; los que caen lento y pesado son para suelos que te dejan la mano fría y roja, suenan como un resbalín plástico; los que caen rápido y chapoteados son para los suelos que también dejan la mano fría pero sin color, suenan como resbalín metálico; y las que también caen lento y pesado pero que son amarillas son para suelos amarillos que suenan como la canción del mago donde bailan esas personas al son de una canción”. Don Demi dice que en realidad son los zapatos de Dorothy los que hacen cantar al suelo. Mis zapatos no cantan ni bailan ni caminan rápido, ¡menos mal!, o no podría saber cuando el suelo está bien limpio. Luego, mi mamá me dijo que hiciera sonar la enceradora hasta que me pidan hacer otra cosa: “Es que una, a menos que esté muy muy cansada, nunca termina de hacer bien su trabajo”.
Un día, limpiaba junto a ella en casa y al otro día limpiaba solo en otra parte. Tuve mi segundo uniforme; una jardinera azul, una polera roja, un gorro negro y una chapita que dice Ismael. Limpié muchos pisos que sonaron como la canción del mago y alegré a muchos niños que vieron convertido el suelo en resbalín. Junté muchas monedas y papeles que guardé en otro tarro hasta que sonara igual al primero. Pero yo aún no sonaba como mi papá. Le pregunté porqué y me dijo: “Hijo, para que suenes como una tuerca, la gran fábrica debe darte un contrato que te permitirá trabajar y sonar como la tuerca que quieres ser”.
Limpié muchos suelos. Y mi principal instrumento fue la escoba y la pala. Ya no tenía que caminar en las mañanas con mi papá; me llevaban y traían en auto de mi casa a la fábrica. Así, de pronto, trabajaba en pleno centro de la fábrica, allí donde todas las personas andan enojadas y cansadas porque sus zapatos caminan más rápido. Tenía un tarro con ruedas 10 veces más grande que mi tarro Nido, el que debía llenar con lo que cupiera en mi pala y que pudiera recoger mi escoba, el sonido era hermoso: “Rumm shit shhit, rrumm shit shit, rrrrumm!, shhiiit shhiiit. Levanto la pala… prrraamm! al tarro”. Cuando me canso; cierro la tapa, la escoba descansa en el suelo y yo me limpio la baba. Miro hacia atrás y veo que todas las personas ya no caminan ni tan enojadas ni tan rápido, es como si al respirar lo ecos de mi canción les provocaran ganas de cantar y bailar. Pero supongo que sus zapatos no estaba hechos para bailar.
Un día, escuché cantar al tío Raúl. Es una tuerca antigua que vive siempre en el mismo lugar; en una calle que se parece mucho a la grieta de piedra que está en mi patio, por donde corren las hormigas que se meten en mi casa, con la diferencia que a las hormigas no puedo escucharles sus pasos. El tío Raúl, cambia papeles grandes por chicos. Cuando grita, las personas se acercan a él y se intercambian papeles. Grita: “¡La Seguuuuund eoa!”, su canción azul y profunda retumba por toda la bóveda de la grieta de cemento como cuando el mar se mete por entre las rocas. Al preguntarle porqué gritaba me dijo que era tan sólo para llegar lo más lejos posible. Le dije que yo podía ayudarlo: “Limpiaré el suelo para que su canción pueda resbalarse mucho más lejos”. Rumm shit shhit, rrumm shit shit, rrrrumm!, shhiiit shhiiit. Levanto la pala… prrraamm! al tarro. Sin descansar. Llegué muy lejos por la grieta, y ya no alcanzaba a escuchar al tío Raúl. Pero escuché otra cosa, a la tía Inés. Ella vive al otro lado de la grieta y es la esposa del tío Raúl. Cambia pan por papeles y grita: “¡Pan amasssaaduoooó!”. Cuando le pregunté por su canción me dijo lo mismo que el tío Raúl. Le pregunté si echaba de menos al tío Raúl, me dijo que sí. ¿Y porqué no lo va a ver?. “Ay mijito, es que no tengo suficientes papeles todavía”. “No se preocupe tía, yo voy a limpiar el suelo para que su canción pueda resbalarse hasta la del tío Raúl”. Rumm shit shhit, rrumm shit shit, rrrrumm!, shhiiit shhiiit. Levanto la pala… prrraamm! al tarro. Cuando llegué al medio del camino, descansé; me sequé la baba y escuché:
Cuando las dos canciones chocaron hicieron el mismo sonido que hace mi mamá, mi papá o mi hermana cuando me abrazan. Ese día los tíos cambiaron casi todos los papeles grandes y casi todos los panes que tenían por los papeles pequeños y se volvieron a encontrar justo donde yo estaba descansando. Me dieron las gracias junto con varios de sus papeles pequeños. El tío Raúl me dijo: “Mijito, si no fuera por ti no hubiéramos podido juntarnos; mira, estos son billetes y valen mucho más que las monedas, úsalos bien”. La tía Inés me envolvió el último pan que le quedaba con el último papel grande que le quedaba al tío Raúl: “Mira, apuesto que haces sonreír a alguien con este regalo”. Y se fueron bailando y cantando hasta desaparecer entre las personas que caminan rápido. Me dije: “Ismael, hoy fuiste el engranaje que unió a dos tuercas”.
Cuando llegué a mi casa todo pasó muy rápido. Mi hermana me dijo que tendríamos un hermano. Mi papá me dijo que ahora deberíamos conseguir mejores trabajos; él una tuerca más grande y yo una con contrato. Y luego todos se reían; no sé si de la historia que les conté sobre los tíos del centro, o del pan envuelto que me saqué debajo del brazo. Don Demi también se rió cuando supo: “Ay, Ishmael", me dijo "una cosa son los dichos y otra el sonido de la ironía”.
Supongo que la tía Inés tenía razón.
Esa noche, escuché que mi hermana les decía a mis papás que me enseñaría las ecuaciones… Y tuve un sueño; en que el reloj de mi pieza no sonaba. Lo abrí, y en vez de tuercas tenía agua y burbujas, y que las burbujas al reventar sonaban tic tac, tic tac, tic tac…
Al otro día, mi hermana, mientras se miraba en el espejo me dijo: “Hermanito, las ecuaciones se tratan de igualdades. Por ejemplo, si yo te pido que vayas a entregar estos papeles a alguna parte, tu los llevas y los traes de vuelta con el sello impreso, y para mí tendrá el mismo valor aunque se vean distintos. Entonces lo que tienes que hacer es escuchar muy bien qué es lo que quieren que lleves y qué es lo que quieren de vuelta. ¿Entiendes baboso?”. La voz de mi hermana suena igual acá afuera que dentro del espejo, la mía no. “Sí, entiendo”. Es extraño pensar que todo lo que uno hace en su casa puede servir para aprender un trabajo.
Mi papá me dijo que para trabajar como una tuerca con contrato debía vestirme como una: “Debes usar el uniforme que toda tuerca luce; un traje y zapatos”. Tenía miedo de que al momento de ponerme los zapatos salieran disparados en cualquier dirección. Pero por suerte me llevaron tranquila y directamente a la central de la fábrica. Ahí, un tío calvo miró unos papeles y me dijo: “Bueno, bienvenido hijo, aquí está tu contrato, puedes empezar de inmediato”. Lo había logrado. Me convertí en una tuerca tal como mi papá. Ahora a trabajar. Lo que tenía que hacer era llevar unos papeles atravesando varias grietas de cemento para que una máquina las timbrara y luego traerlas de vuelta. La máquina que conocí, hacía el sonido más sublime y hermoso que jamás había escuchado. Era una máquina que ponía el sello Tum!, de la fábrica a los papeles Tum!, que todas las tuercas usan Tum!, y que entregan cada vez que cambiaban algo por monedas o billetes Tum!. Mi trabajo consistía, en llevar un alto de papeles hasta uno de los engranajes principales de la fábrica llamado sistema de impuestos internos, hacer una cola y entregar mis pequeños papales Tum!, los timbran; Tum! uno, Tum! dos, Tum! los que fueran. Después corría de vuelta a devolverlos. Podía quedarme horas escuchando a la máquina hacer su trabajo; infatigable, rítmico, perfecto. No había papel demasiado grueso ni demasiado delgado donde no pudiera dejar su marca. El anciano que la manejaba no se veía tan anciano como la máquina, me preguntó: “¿Va a marcar sus boletas?”. No sé qué quiso decir, pero le entregué mis pequeños papeles para que la máquina los timbrara Tum!, y pudiera llevarlos de vuelta a la fábrica.
Un día, mientras estaba hipnotizado escuchando a la máquina, volví a ver a Don Demi, staba sentado cerca de donde yo estaba y también traía varios papeles para timbrar. Me habló, no sé que dijo, el sonido de la máquina me tenía atrapado, todo el resto era silencio. Su sonido era el mismo que sólo los trenes hacen cuando llegan a la hora. Le dije: “Don Demi, ¿escucha ese sonido?, es el sonido del contrato, la firma que autoriza a toda tuerca a hacer su trabajo. Yo soy una tuerca y quiero ser reconocido como tal”. Don Demi me gritó algo que no escuché. Me acerqué lentamente a la máquina. Tum! mi mano…
Esa noche, tuve un sueño. Estaba acostado en una cama que no era la mía, con un cuerpo que no podía mover, y una mente con la que no podía hablar. Don Demi estaba a mi lado, y leía un cuento sobre un niño que luchaba contra un pirata y de cómo el pirata le temía a un cocodrilo por haberse comido su mano. “¿Yo soy el pirata?” le pregunté. “No mi querido Ishmael" respondió "tu eres el niño, pero quisiste convertirte en pirata y el reloj de la fábrica te comió la mano”.
Cuando desperté, mis papás y mi hermana dormían conmigo. Mi papá me dijo que no podía volver a trabajar, que había perdido una parte importante de mi engranaje. Lloré. Mi mamá me dijo que no me preocupara, y mi hermana me dijo que ya todo se arreglaría. Escuché unos golpes en la puerta, era Don Demi, dijo: “Que tal mi querido Ishmael, ¿sabes?, yo estoy muy viejo y me falta una mano que me ayude en la librería, por casualidad, ¿conoces a alguien que pudiera...”, “¡Yo Don Demi!, yo tengo una mano” le dije emocionado. Mis papás ya estaban enterado de todo, me dijeron que mientras dormía, Don Demi venía a verme todos los días y que les había hablado de sus intenciones de trabajar conmigo. Supongo que a veces los sueños pueden arreglan algunas cosas.
En la librería, mi trabajo consiste en limpiar y sacudir todos los libros. Le expliqué a Don Demi cómo las cosas suenan mejor cuando están limpias y ordenadas, pero a los libros no logro sacarles ningún sonido. Don Demi dice que es por la ballena. Según él, en mi cabeza vive una ballena blanca gigante; que nada, respira, crece y se esconde en el mar de mi mente, así como mi sueño con el alfiler. Yo lucho contra ella, pero no para matarla, porque la he escuchado gritar y sé que sólo tiene hambre. Pero a un monstruo no se le alimenta con dulces. Primero se le adormece con canciones. Y Don Demi sí que sabe hacer cantar a los libros. “Yo tengo el alimento para tu ballena y la canción para amansarla mi querido Ishmael”. Así que gran parte del día escucho las canciones que Don Demi le saca a los libros que yo ordeno. Don Demi es mi mejor amigo después de Ismael. Ahora tengo el mejor trabajo que podría desear, y ya no me preocupa convertirme en una tuerca ni en sonar como una.
“¡Hey! Ismael, límpiate la baba”.
Cuando llegué a mi casa todo pasó muy rápido. Mi hermana me dijo que tendríamos un hermano. Mi papá me dijo que ahora deberíamos conseguir mejores trabajos; él una tuerca más grande y yo una con contrato. Y luego todos se reían; no sé si de la historia que les conté sobre los tíos del centro, o del pan envuelto que me saqué debajo del brazo. Don Demi también se rió cuando supo: “Ay, Ishmael", me dijo "una cosa son los dichos y otra el sonido de la ironía”.
Supongo que la tía Inés tenía razón.
Esa noche, escuché que mi hermana les decía a mis papás que me enseñaría las ecuaciones… Y tuve un sueño; en que el reloj de mi pieza no sonaba. Lo abrí, y en vez de tuercas tenía agua y burbujas, y que las burbujas al reventar sonaban tic tac, tic tac, tic tac…
Al otro día, mi hermana, mientras se miraba en el espejo me dijo: “Hermanito, las ecuaciones se tratan de igualdades. Por ejemplo, si yo te pido que vayas a entregar estos papeles a alguna parte, tu los llevas y los traes de vuelta con el sello impreso, y para mí tendrá el mismo valor aunque se vean distintos. Entonces lo que tienes que hacer es escuchar muy bien qué es lo que quieren que lleves y qué es lo que quieren de vuelta. ¿Entiendes baboso?”. La voz de mi hermana suena igual acá afuera que dentro del espejo, la mía no. “Sí, entiendo”. Es extraño pensar que todo lo que uno hace en su casa puede servir para aprender un trabajo.
Mi papá me dijo que para trabajar como una tuerca con contrato debía vestirme como una: “Debes usar el uniforme que toda tuerca luce; un traje y zapatos”. Tenía miedo de que al momento de ponerme los zapatos salieran disparados en cualquier dirección. Pero por suerte me llevaron tranquila y directamente a la central de la fábrica. Ahí, un tío calvo miró unos papeles y me dijo: “Bueno, bienvenido hijo, aquí está tu contrato, puedes empezar de inmediato”. Lo había logrado. Me convertí en una tuerca tal como mi papá. Ahora a trabajar. Lo que tenía que hacer era llevar unos papeles atravesando varias grietas de cemento para que una máquina las timbrara y luego traerlas de vuelta. La máquina que conocí, hacía el sonido más sublime y hermoso que jamás había escuchado. Era una máquina que ponía el sello Tum!, de la fábrica a los papeles Tum!, que todas las tuercas usan Tum!, y que entregan cada vez que cambiaban algo por monedas o billetes Tum!. Mi trabajo consistía, en llevar un alto de papeles hasta uno de los engranajes principales de la fábrica llamado sistema de impuestos internos, hacer una cola y entregar mis pequeños papales Tum!, los timbran; Tum! uno, Tum! dos, Tum! los que fueran. Después corría de vuelta a devolverlos. Podía quedarme horas escuchando a la máquina hacer su trabajo; infatigable, rítmico, perfecto. No había papel demasiado grueso ni demasiado delgado donde no pudiera dejar su marca. El anciano que la manejaba no se veía tan anciano como la máquina, me preguntó: “¿Va a marcar sus boletas?”. No sé qué quiso decir, pero le entregué mis pequeños papeles para que la máquina los timbrara Tum!, y pudiera llevarlos de vuelta a la fábrica.
Un día, mientras estaba hipnotizado escuchando a la máquina, volví a ver a Don Demi, staba sentado cerca de donde yo estaba y también traía varios papeles para timbrar. Me habló, no sé que dijo, el sonido de la máquina me tenía atrapado, todo el resto era silencio. Su sonido era el mismo que sólo los trenes hacen cuando llegan a la hora. Le dije: “Don Demi, ¿escucha ese sonido?, es el sonido del contrato, la firma que autoriza a toda tuerca a hacer su trabajo. Yo soy una tuerca y quiero ser reconocido como tal”. Don Demi me gritó algo que no escuché. Me acerqué lentamente a la máquina. Tum! mi mano…
Esa noche, tuve un sueño. Estaba acostado en una cama que no era la mía, con un cuerpo que no podía mover, y una mente con la que no podía hablar. Don Demi estaba a mi lado, y leía un cuento sobre un niño que luchaba contra un pirata y de cómo el pirata le temía a un cocodrilo por haberse comido su mano. “¿Yo soy el pirata?” le pregunté. “No mi querido Ishmael" respondió "tu eres el niño, pero quisiste convertirte en pirata y el reloj de la fábrica te comió la mano”.
Cuando desperté, mis papás y mi hermana dormían conmigo. Mi papá me dijo que no podía volver a trabajar, que había perdido una parte importante de mi engranaje. Lloré. Mi mamá me dijo que no me preocupara, y mi hermana me dijo que ya todo se arreglaría. Escuché unos golpes en la puerta, era Don Demi, dijo: “Que tal mi querido Ishmael, ¿sabes?, yo estoy muy viejo y me falta una mano que me ayude en la librería, por casualidad, ¿conoces a alguien que pudiera...”, “¡Yo Don Demi!, yo tengo una mano” le dije emocionado. Mis papás ya estaban enterado de todo, me dijeron que mientras dormía, Don Demi venía a verme todos los días y que les había hablado de sus intenciones de trabajar conmigo. Supongo que a veces los sueños pueden arreglan algunas cosas.
En la librería, mi trabajo consiste en limpiar y sacudir todos los libros. Le expliqué a Don Demi cómo las cosas suenan mejor cuando están limpias y ordenadas, pero a los libros no logro sacarles ningún sonido. Don Demi dice que es por la ballena. Según él, en mi cabeza vive una ballena blanca gigante; que nada, respira, crece y se esconde en el mar de mi mente, así como mi sueño con el alfiler. Yo lucho contra ella, pero no para matarla, porque la he escuchado gritar y sé que sólo tiene hambre. Pero a un monstruo no se le alimenta con dulces. Primero se le adormece con canciones. Y Don Demi sí que sabe hacer cantar a los libros. “Yo tengo el alimento para tu ballena y la canción para amansarla mi querido Ishmael”. Así que gran parte del día escucho las canciones que Don Demi le saca a los libros que yo ordeno. Don Demi es mi mejor amigo después de Ismael. Ahora tengo el mejor trabajo que podría desear, y ya no me preocupa convertirme en una tuerca ni en sonar como una.
“¡Hey! Ismael, límpiate la baba”.