Que sutil es el llamado de la curiosidad. Porque al fin al cabo, la curiosidad, como tal, sólo es la última pieza del rompecabezas de un gran cuadro con un gran signo de interrogación dibujado. O como la razón que se basta como suficiente para perseguir el significado de las cosas, la que nos arrastra a mirar tras la puerta, a ver respuestas de las que sólo descubrimos una; sólo aquella que la curiosidad hizo preguntarnos en un principio. Del resto, sólo cuando, por azar o fortuna, nos toque preguntarnos por ellas. Que llamativo es una puerta entreabierta, que irradia su luz hacia dentro de nuestra propia oscuridad. A veces no podemos más que ir abrirla y mirar dentro, tan sólo un segundo que sea, y descubrir, que otros secretos se ocultan tras las verdades.
miércoles, noviembre 26, 2008
miércoles, noviembre 12, 2008
Despertares
Y entonces, me miraba la cara en un amplio espejo de un baño que no era el mío. Vi que mi cara era diferente. Ese igual de ahí enfrente no se sentía (aquí, en este pequeño sector tibio que habla) al que permanecía de este lado y que forma la forma pensable con la cual te explicas el porqué estas aquí y no allá (para resumir el entuerto). Vi que la imagen de ahí enfrente, no era como creí que se vería, una vez que me mirase en el espejo, pero el peso real que me producía esa imagen, me decía, no puede ser otra cosa que mi yo mismo en realidad. Y quise parecérmele.
Al mismo tiempo que veía esto, noté que de pronto, el baño que ahora me rodeaba, también comenzaba a verse igual de artificial. Llegué a una conclusión inmediata; habiendo considerando el estado de enajenación de mi mismo en el que me encontraba, (en que no sabía si el que estaba desvirtuado era mi yo o el yo que se refleja en el espejo), esa imagen de ahí enfrente que veía y que el baño que me rodeaba eran sólo cosas a las que le rebota la luz por un momento y se tornan visibles, y que su yo debiera de estar por ahí en algún lado como el mío debía estarlo entre mi imagen y yo. Sentí un momento lástima, no por los ciegos, sino por las personas que dicen no ver de noche. Pensé: debo salir de aquí inmediatamente antes que me quede dando infinitas vueltas pensando en estupideces hasta freírme el cerebro, todo por aceptar una estúpida apuesta sobre quien duraba más tiempo pensando estupideces sin freírse el cerebro…, rayos! Ahí voy de nuevo.
Primero, salgo por la única puerta que me saca del baño, hacia lo que se suponía habría de ser un dormitorio (aunque no sé porqué dudé de esto), y después abro la puerta. Luego, me veo entrando a un dormitorio entre miles y miles de plumas cayendo, en cámara lenta, desde al aire al piso, producto de cojinazos que se pegaran unos cuerpos contra otros. Y aunque alcanzo a percibir cuerpos con poca ropa, no sé si pijamas, ropa interior, o lo que sea que usaban, no veo quiénes son. De hecho eran cuerpos sin rostros. Aunque me inclinaría a creer que eran veiteañeras que saltaban en las camas y se pegaban unas con otras, varias de ellas. Y mientras saltaban de cama en cama, una se caía, otra le pegaba en la cara con la almohada que la que caía le había lanzado antes de caer. Extrañamente, sospecho, no hacían ruido, más bien creo que yo no era capaz de escuchar nada más que el sonido de las plumas cayendo y chocando y cayendo y cayendo. Me avergüenzo un poco al pensar que esto pueda resultar ser una de mis fantasías, así que paso rápidamente entre ellas sin prestarles ninguna atención a esos cuerpos tan..., solo escuchando el sonido de las plumas cayendo, y camino hacia la noche exterior.
Una vez afuera, puedo escuchar al viento en mi cara, y el aire es fresco y azulino, pienso que falta caleta para llegar a casa. La noche es la misma de siempre; callada, quieta, repetida. Y de tantas veces de verla siento que hasta la palabra noche me gusta, me gusta el cómo va guardando tan graciosamente a otras palabras; luz, temperatura, callejones, putas, flaites, estrellas, taxis, silencio, 2:00 am, 140 km/h, luna, sombras, gritos, gatos y sueños, solo por nombrar algunas.
Luego, después de un largo rato que sucede de un segundo a otro, llego a casa. Entro, y paso inmediatamente al baño, porque sí. Después voy al fondo de la casa pero que es la misma wea que adelante, y bien podría ser un patio. Llego afuera, me siento, saco un cigarro, lo prendo, y recién me llega la sensación liviana y placentera que a veces llamamos descanso.
Me termino el cigarro y tiro la colilla hacia la casa de al lado, aunque claro, no con la intención de que le llegara a la casa ni de ensuciar la propiedad vecina (...), y tengo esta extraña sensación de lanzar varias veces la misma colilla en el mismo instante en que lo hago, como si la acción se multiplicara y dividiera hacia el mismo resultado en un mismo momento. Me voy a acostar, con la minúscula sensación que algunos católicos llaman de placer y culpa.
Cuando despierto al otro día, sólo un segundo después, aún con el sabor de la nicotina en mi boca, y estoy apunto de irme a la U, salgo de nuevo al patio, miro hacia al lado y veo que en lugar de la casa vecina hay una montaña de colillas de cigarros, ¡la casa estaba toda cubierta por los cigarros que habría tirando en la noche!. Casi me vuelvo loco si no es porque casi me río.
El impacto que me produjo me perturbó tanto que no sé cómo no me desmayé, pero al mismo tiempo sirvió para darme cuenta, tranquilamente mientras miraba a mi alrededor, que todo volvía a tener un tono artificial, un qué de simularo, y que nunca más despertaría de este sueño. Encerrado por siempre en fantasías voluntarias sin intención. Solo conmigo y plagado de las imágenes de espejo de los otros, en esta tierra extensa e infinita con la que sueño despierto todos los días.
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