viernes, febrero 27, 2009

La Llave



(…, y en una ocasión le trasladó a una región del espacio donde no existen las formas, pero los gases incandescentes estudian los secretos de la existencia. Y un gas de violeta le dijo que esta parte del espacio estaba al exterior de lo que él llamaba infinito).

H.P Lovecraft


Hay momentos, cuando veo al cielo por la noche, en que miro hacia lo infinitivo y creo percibir los latidos de una presencia silenciosa y expectante. Quizás no sea nada más que el reflejo de nuestro inconsciente arrojado hacia el espacio que a su vez nos mira devuelta. Pero cuando te encuentras en un planeta completamente deshabitado hay sólo un inconsciente proyectándose mirándote de vuelta, no oyes las voces colectivas de toda esa tibia humanidad yendo hacia el abismo contigo. Extrañamente se siente como si pudieras nadar tranquilamente en un mar sin turbulencias; tranquilamente absorbido en tu propio Leviatán, como si pudieras simplemente dejarte flotar… éste es uno de esos momentos; y así, al dejarme llevar descubrí la puerta que da hacia mi exterior interno.

Día 1

Atónito, contemplo en mi alrededor la cima de una montaña que alguna vez, durante la transición que convirtió a este planeta en lo que es hoy, (una tierra graciosamente abandonada de gente innecesaria, poblada sólo por unos pocos afortunados), estuvo completamente sumergida en el mar. Me encuentro con la criatura llamada Marci, gran conocedor de temas oscuros, dueño de una envidiable biblioteca recopilada por años de ocio y terribles deseos por descifrar cuanto misterio se le pusiera por delante. Empresa a la cual mi espíritu también se siente terriblemente atraído, y aunque nuestros caminos se separen continuamente, parece que siempre terminan (cuando no inician) en un mismo lugar.

Rara vez ocurre un encuentro voluntario entre los habitantes del Planeta Cielo. Pero cuando esta criatura me aseguró haber encontrado ciertos portales hacia otras dimensiones ocultas en nuestra mente que eran de vital importancia conocer, no pude más que propiciar tal maravilloso encuentro. Estos portales, según me relató la criatura, habrían de estar custodiados por unos seres a los que prefiero no referirme (además no creo que pueda hacerlo con propiedad, ya que una parte de ellos es tiempo y otra muy diferente es espacio), baste con decir que eran los custodios de la llave maestra que podrían abrirnos la cabeza (en un sentido no tan figurado). Advirtióme que la llave sólo es utilizable una vez. Me habló también sobre viajes fantásticos a otras dimensiones, donde las leyes humanas ceden y caen por propio deseo para ser configuradas de manera diferente por sentidos maleables que suelen dormir en nuestra más lúcida consciencia. Mientras me contaba todo esto recordé por un instante a Crawford Tillinghast, y su fatídico destino; que excitado, pedante, y con voz aguda le espetó la historia a su amigo de lo que estaba a punto de descubrir (‘¿Qué sabemos nosotros –había dicho- del mundo y del universo que nos rodea?...’) No me fue necesario más. Partimos.

Como decía, estamos en la cima de una montaña y la noche está iluminada por la luz clara y antigua de una luna completamente llena. No hace frío, aunque presentía que la temperatura iría disminuyendo pasadas las horas. Llevamos todo lo necesario; agua, algo de comida, ropa, herramientas, mapas, libros, música y sobre todo: muchas preguntas… Hacía esta pequeña revisión de nuestras herramientas y provisiones cuando me dí cuenta de que ya habíamos llegado al lugar indicado. Un largo bosque oscuro limitaba nuestra vista, pero los árboles nos cobijarían de una posible noche fría. La criatura parecía haber estado de acuerdo con esta reflexión de tal forma que, (luego), comprendí porqué esperaba sentado en un montículo de piedras a que terminara de hacerme estas primeras reflexiones, y desde ahí empezar a hacernos las preguntas que sí importaban…

Así comenzamos a resolver el misterio. Y ahora qué (?).

¿Cómo sabríamos con total certeza de si estábamos o no en el lugar indicado?, ¿Cómo identificaríamos el portal y a sus custodios?, ¿Cómo se viaja a través de uno?, ¿Y si morimos?, ¡No!, peor aún, ¿y si sobrevivimos?! Este primer temor contribuyó a darme cuenta de mi completa falta de interés por responder a estas preguntas, y que la causa de mi inicial confusión parecía brotar del entorno; de los árboles y de las rocas; de algo que nos atraía más allá del bosque; fuera del cobijo de los árboles creíamos distinguir una planicie completamente abierta a los ojos de la luna, algo que pudiera parecerse a una meseta. No había duda. Ese era el lugar. Pero cuando fuí a comunicarle esto a la criatura que me acompañaba, (ahora), él ya estaba sentado encima de unas apachitas mirándome con expresión sarcástia como diciendo; terminaste (?)

De acuerdo a nuestro material recopilado, ésa debía ser la meseta de la Luna. Al menos yo así lo creía.

La criatura parecía no estar por completo de acuerdo conmigo, ya que si bien admitía que estábamos muy cerca del lugar, no creía que necesariamente ésa fuera la meseta que nosotros buscábamos, y que no sólo él opinaba esto sino que se sumaban a su argumento todas las descripciones de otros investigadores que creyeron encontrarla antes de igual forma, mas sólo resultó en espejismo y desilusión.

Tardaría mucho más de lo que me he propuesto, escribir la discusión completa que tuvo lugar en ése momento con la criatura llamada Marci, además, no creo que pudiera expresarla de manera íntegra aunque quisiera, ya que el tipo de discusión que tuvimos en ese lugar tan próximo a la insana meseta, rodeado de locura y de seres que, si bien no podíamos ser totalmente conscientes de su existencia nos sentíamos rodeados de, no una, sino varias presencias ululantes alrededor de nosotros; la discusión, decía, resulta completamente absurda. No es que diga que el razonamiento de la criatura me parezca absurdo, no, en absoluto. Solo que desconfiaba un poco que su argumento se basara más en palabras muertas que en la viva percepción del lugar; el instrumento que era yo, me decía que ése era el lugar por dudoso o absurdo que pudiera parecer. Él por otro lado, desconfiaba de mis percepciones, por el mismo hecho de verme alterado en un lugar tan insano, en cambio su razón, decía, no había sufrido alteración por nada ni nadie más que él mismo, así que, concluía, como no puedo contradecirme, debo estar necesariamente en lo cierto.
El problema no se resolvía si llegábamos a acuerdo sobre si era o no el lugar, el problema era que la llave era utilizable una sola vez fuera o no el lugar; y si no lo era no tendríamos otra oportunidad, pero si lo era…

Así que luego de una acalorada discusión; en que la criatura se sostenía en sus largos estudios en la materia, y yo me dejaba influenciar por mi intuición, fuimos poco a poco dándonos cuenta de que jugaban con nosotros. Nuestras propias ideas y pasiones, nuestro propio yo era quien no nos permitía pensar libremente; y es que claro, el yo le teme a la disolución.

En ése momento, hubo un silencio. Un confortable silencio. Como si la amenaza externa hubiera cedido ante nuestro firme deseo de continuar liberados de razonamiento. Entonces, la criatura extrajo de un pequeño bolso de cuero metálico (es la única forma en que puedo describirlo) que jamás le había visto, y eso que he visto gran parte de sus colecciones; “esto –me dijo-, es el infame objeto del que alguna vez te hablé, el que muchos lo creyeron perdido, la evidencia física de que todo lo que estamos a punto de hacer es real. Esta es la Llave”. Extrajo del envoltorio metálico un esfera perfectamente redonda esculpida con unos relieves visibles pero que escapaban al tacto, brillaba con una verde efervescencia que oscurecía todo a su alrededor. ¡Qué criatura más asombrosa era ésta!, no sólo te permite que le acompañes donde las verdades aguardan, también es capaz de confiarte, sin decirlo, aquellos temores que antes le impidieron llegar por sí mismo a este punto de la historia, pensé.

Ahora el problema era el siguiente. ¡¿Cómo diablos haríamos funcionar la Llave?! ¡¿Cómo demonios se supone que se activa?! La criatura no lo sabía. Dijo que como era un articulo perdido y que supuestamente no existía, seguramente las instrucciones nunca existieron tampoco, y lo más probable era que quién fuera antes el custodio de tan raro artefacto se descuidara de él al no tener la más mínima idea de cómo hacerlo funcionar, lo que pudo provocar la desaparición del artículo. Aún me duelen las costillas de tanto reírme ésa noche de lo cómico que resultaba ese momento. Y ahora que lo pienso, esa total falta de seriedad en un momento tan importante sirvió de algún modo para limar cualquier aspereza que pudiera quedarnos, tras lo cual fuimos capaces de decidir rápidamente cuales serían nuestros próximos movimientos.

Evaluamos el entorno, cotejamos nuevamente nuestros mapas, y revisamos nuestras provisiones. Todo parecía encontrarse en orden, pero no todo se sentía así. El lugar; las piedras, la montaña, la luna, el viento, el bosque, y nosotros; comenzaban a tener consistencia física en nuestros sentidos (o una forma de sentido mejor dicho), era como si nos tocaran el hombro, como si algo estuviera tratando de llamar nuestra atención, pero que desaparecía cada vez que nos volteábamos. ¿Cómo resolver un enigma que su propia respuesta es la pregunta?, es como intentar ver un rosotro por la espalda.  Antes de ponernos nuevamente a discutir sobre el asunto, decidimos que lo mejor era meditarlo cada uno en soledad por un rato (unos tres cuartos de rato para ser exactos). La criatura tomó la esfera, la envolvió, y se la llevó consigo a caminar por los alrededores del campamento que habíamos levantando. Yo preferí quedarme ahí mismo donde estaba, ya que tenía la extraña sensación de que si me movía agitaría el flujo de cavilaciones que tenía en la cabeza, como en un vaso lleno de agua, y era menester mantenerlo en perfecta osmosis con el aire que me rodeaba (me pareció tan absurdo, que me pareció lo correcto).

Como dije, (creo haberlo dicho), largo rato transcurrió sin respuesta. Los ruidos y en fin, la naturaleza misma que me rodeaba, no me dejaba pensar con claridad, me desconcentraba, como si trataran que no pensara, de hipnotizarme, de cautivarme con sus colores que empezaban a trasformarse en materia, de confundirme con sombras danzantes… un momento, ¡pero si mi entorno se trasforma! –grité-. Miré hacia el cielo, hacia la Luna, y lo vi. Detrás de Luna llena, jugaban, alegremente, otras lunas iguales que aparecían y desaparecían detrás de la primera, y que cuando notaron que las miraba, se convirtieron en fuegos azules que rodearon a la pálida Luna y se estiraban hacia fuera de ella, como un corazón palpitando hacia el negro espacio, cobrando más fuerza cada vez que le sonreía; le sonreía porque fue una de las cosas más hermosas que jamás había visto.

" Beatiful senses are gone
Canary in a gilged cage
Singing "*

Comprendí inmediatamente el enigma, supe porqué no entendíamos nada, y supe entonces cómo resolverlo. Grité eufórico llamando a la criatura rogando por que él también lo hubiera visto, y rogando también a que en ésa caminata él mismo no se hubiera convertido en una Mantis e intentara comerme, o se pusiera a poner huevecillos... Pero, para mi tranquilidad, la criatura venía corriendo (en su forma humana tal cual lo recordaba), alzando los brazos y con una cara rebosante de alegría. Él también había sido testigo.

La respuesta al enigma era que no había respuesta. El enigma sólo nos alejaba de la real respuesta, el miedo que sentimos antes trató de avisarnos de ello, las formas de la naturaleza también lo decían, pero nuestra comprensión del mundo es el enemigo que no permite verlo, es decir, el hecho de verlo nos hace equivocarnos. El conocimiento no nos viene envuelto en regalo para delicia nuestra. Había que despojarnos de nuestro ser, entrar en comunión con aquello que no somos y que al mismo tiempo no podemos dejar de ser; la existencia, en las cosas y en nosotros mismos, es cuestionable y debemos ponerla en duda.

Para cuando logramos aclarar lo anterior estábamos ya muy cansados para continuar y decidimos dormir; emprenderíamos un nuevo viaje al otro día. Esta vez viajaríamos liviano, nos despojaríamos de nuestros mapas, de nuestra civilización, de nuestra envoltura yoica. Iríamos con lo pequeño que somos, nada menos.

Antes de dormir, recordé a aquel investigador que, buscando la ciudad sin nombre, perdida en el terrible desierto por el que se dice que volvió el loco árabe, durmió en las afueras de la ciudad por miedo a entrar en ella de noche. Y me dormí.

Ésa noche tuve un sueño. Soñé que andaba en una montaña muy alta, cazando criaturas exóticas con mi cámara; una de la criaturas que trataba de capturar era la Luna que se me escondía, que jugaba conmigo, y no me permitía fotografiarla. Luego, atravieso largos kilómetros de tierra como si una voz fuera capaz de trasportar mi cuerpo por largas distancias. Era un grito, un gritó de horror y auxilio, aunque lo que me asustó no fue eso sino ver de quién provenían los gritos; de la criatura llamada Marci. Me gritaba que le ayudara, que un monstruo vendría por él, que él pagaría, que él moriría de forma terrible si no le ayudaba. El espanto se apoderó de mi, al ver que una persona tan elevada y racional, se me presentara reducida de ésa manera; con sus ojos abiertos de ésa forma, con ése sudor frío con el que sus manos tomaban las mías, al ver la súplica… Miré en todas direcciones pero no vi nada, ningún monstruo que viniera tras él. Cuando volví la mirada, la criatura estaba en silencio. Sus ojos volvieron en su órbita, y se le veía algo aturdido; la enajenación se había retirado. Me dijo que un monstruo, no el suyo, se había apoderado de él para horror mio.


* A Song for the Deaf, Queens of the Stone Age.